He aquí la última parte de nuestro fin de semana largo en Baja Sajonia. Este lugar es un pequeño pueblo que todos conocemos gracias al oscuro cuento de los Hermanos Grimm y al poema escrito por Robert Browning, que narran la desafortunada historia de un cierto flautista, una plaga de ratas y un grupo de niños.
Hamelin
«El pueblito de Hamelin está en Brunswick, cerca de la famosa ciudad de Hanover, y el profundo y anchuroso Weser baña su flanco sur. Jamás se vio un lugar tan placentero pero, para la época en que comienza nuestra historia -hace casi cinco siglos-, los pobladores soportaban una horrible peste.»

El cuarto día amaneció gris, con viento y algo de lluvia. Nada fuera de lo común en Alemania, pero nada atractivo para nuestras breves vacaciones. Sin embargo, al tren nos trepamos, una hora viajamos y al pequeño pueblito llegamos.
Dejando las rimas de lado, actualmente Hamelin es una ciudad de casi 60 mil habitantes, atravesada por el río Weser. De la estación de tren al centro histórico, caminamos unos quince minutos. Sucede que, de pronto, los pueblos crecen.

La calle principal del centro histórico está llena de edificios antiguos, casitas pintorescas y ratas, muchas ratas, aunque no precisamente de carne y hueso.

«Ratas grandes, ratas chicas, ratas enclenques, ratas robustas, ratas marrones, ratas grises, ratas negras, ratas rubias, viejas ratas solemnes y rengas, ratitas alegres y juguetonas, padres, madres, tías, primos, colas en alto y bigotes en punta, decenas y docenas de familias, hermanos, hermanas, esposas y esposos, todas detrás del Flautista.»

«El Flautista tocaba y caminaba y las ratas lo seguían bailoteando, hasta que llegaron a orillas del Weser, donde todas se zambulleron y murieron.»

El flautista se encuentra por todos lados y en distintas presentaciones. Hay una estatua, una fuente, varios letreros y un montón de souvenirs. Interesante situación, tomando en cuenta que, cuando el alcalde se negó a pagarle, el flautista tocó una melodía diferente y encantó a los niños de Hamelin. 130 niños lo siguieron bailando y cantando hasta entrar a una cueva, y nunca nadie los volvió a ver.

Al final del día decidimos sentarnos a tomar un café en uno de los pocos lugares abiertos. Como algunos ya sabrán, Alemania se toma muy en serio ese asunto de los días festivos, así que sólo abrieron un par de restaurantes, cafés, una librería y una juguetería.
Con todo y todo, es un pueblito lindo y simpático, lleno de música, cuentos, comida y ratas. Al final, creo que lo que más me gustó fueron las ratas y la forma tan atractiva de venderlas.
Y así concluye nuestro puebleo por Baja Sajonia en fin de semana largo. Si a alguien le interesa leer el poema completo de Robert Browning, puede hacerlo aquí.