“Merricat, dijo Connie, ¿una taza de té querrás?Oh, no, dijo Merricat, me envenenarás.”
Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson, cuenta la historia de Mary Katherine (o Merricat) y Constance Blackwood, dos hermanas que viven apartadas del resto del mundo en la casa Blackwood. Sus únicos compañeros son el tío Julian, un hombre en silla de ruedas obsesionado por escribir sus memorias (tan pronto se acuerde de ellas), y Jonas, un gato. La razón principal por la cual viven así es que la familia Blackwood es odiada por todos los demás habitantes del lugar, especialmente desde que Constance fue acusada de envenenar al resto de su familia, seis años atrás. A pesar de esto, Constance, Julian y Merricat llevan una vida feliz, lejos de los otros, y siguiendo una rutina que se mantiene con sumo cuidado. El único contacto que tienen con el pueblo es cuando Merricat tiene que ir a la tienda a comprar comida.
La vida cambia cuando Charles Blackwood, un primo a quien no han visto en años, llega inesperadamente de visita y muestra un interés especial en Constance. Merricat, aferrada a mantener las cosas tal como siempre han estado (al menos desde que murieron los demás), comienza a hacer una serie de travesuras y rituales para ver si así logra que Charles, a quien considera más bien un demonio o un fantasma, finalmente se vaya de la casa.
Los personajes cumplen perfectamente bien con su función, todos son totalmente distintos, pero todos provocan el mismo sentimiento de inquietud. En el caso de Merricat, sus pensamientos son morbosos y a la vez inocentes, tiene 18 años, pero su comportamiento más bien parece de una niña pequeña. Lo mismo con Constance, es callada y tierna, siempre pensando en cómo ayudar y atender a sus familiares, pero el hecho de que haya sido acusada (no castigada) de envenenar a su familia nos hace dudar de sus intenciones. En fin. Cada uno de los personajes tiene algo que saca al lector de balance y lo hace dudar de lo que está leyendo. La increíble habilidad de Jackson de crear un ambiente de claustrofobia y oscuridad me recordaron a esas novelas gótica del siglo XIX que me gustan tanto, algo que añadió un toque especial a mi experiencia de lectura.
En tan sólo 146 páginas, Shirley Jackson nos envuelve en una historia llena de suspenso y de sensaciones bizarras que obligan a seguir leyendo. Desde el primer párrafo, con Merricat presentándose con el lector, diciendo quién es, cómo se siente, qué edad tiene, qué le gusta, qué no le gusta y que su familia está muerta, el libro mantiene al lector en una atmósfera gótica hasta la última línea, donde cierra con palabras a simple vista inofensivas, pero que dejan una nota de incomodidad.
“Merricat, dijo Connie, ¿quieres ir a dormir? ¡Bajo tierra te vas a pudrir!”
Es una novela corta, llena de intrigas, secretos, deseos perversos y situaciones absurdas. Recomendado para todos los que disfrutan de los clásicos modernos y de las historias de suspenso.
