¡Llegó diciembre! Y con él, llegó la época más bonita del año. Los que siguen el blog desde hace más tiempo saben que cada año me gusta darme una vuelta por los mercados navideños de la región. Este año, tuve la oportunidad de mudarme a otro estado, por lo que hay muchos mercados nuevos por conocer.
Este 2017, abrimos la temporada con Bonn.

Bonn es una ciudad federal localizada junto al río Rin en el estado de Renania del Norte-Westfalia. Mientras Alemania estuvo dividida, Bonn fue la capital de Alemania Occidental. Luego de la reunificación, se mantuvo como sede del gobierno (aunque no como capital) durante nueve años, antes de mudarse a Berlín en 1999.
El mercado navideño de Bonn es mucho más grande que los mercados que normalmente visito, ya que no está ubicado en un solo lugar, sino que está extendido por todo el centro, con calles con pocos puestos conectando las plazas grandes.

Para los amantes de la música y de todas las cosas bonnitas, Bonn es la ciudad que vio nacer a Ludwig van Beethoven, en diciembre de 1770. Un dato curioso es que nadie conoce la fecha exacta de su nacimiento. Fue bautizado el 17 de diciembre, por lo que se piensa que nació el 16, pero nadie ha podido constatarlo.

La ciudad está particularmente orgullosa de Ludwig, por lo que tiene su imagen en todos lados. En la estatua del centro, en los souvenirs que se venden en las tiendas, en el estuche de mis lentes, en algunos semáforos y, por supuesto, en las tazas del mercado.


Después de cuatro años de ir al mercado navideño, debo decir que uno siempre encuentra lo mismo. Los mercados más grandes tienen más opciones, por supuesto. Tienen más opciones en bebidas, decoran sus puestos como si no hubiera un mañana, ofrecen más productos internacionales y venden mucha, mucha comida.

Siempre hay salchichas, Glühwein, crepas, avellanas y nueces caramelizadas, chocolates y adornos navideños para la casa, el taller y la oficina.

Lo que más me gusta es que, no importa que cada año haya lo mismo, siempre hay gente dispuesta a ver, comer y beber… sobre todo beber.

Como siempre, fui alrededor de las cinco de la tarde, cuando la mayoría de la gente aún está trabajando, por lo que pude tomar fotos tranquilamente, sin molestar a nadie y sin chocar con los catadores de Glühwein, que arduamente cumplen con la tarea de tomar su peso en vino.

Un amigo de la maestría se ofreció a acompañarme y tuvo la paciencia para esperar en lo que tomaba mis fotos.

Le dimos la vuelta a todo el mercado, caminamos por todas las calles, vimos todos los puestos y disfrutamos de los colores, los olores y los sabores. Yo siempre aprovecho para comprar una bolsa de castañas tostadas para comerlas mientras camino.

El último puesto al que fuimos estaba al final del mercado. Era una barra dentro de una pirámide de Navidad de madera que ofrecía distintos tipos de Glühwein, galletas de cortesía y, para mi sorpresa, música de Luis Miguel. No, no era su disco Navidades, por lo que lo quitaron rápido, pero escuchar al menos una de sus canciones me hizo reír lo suficiente como para que mi amigo preguntara y yo, pensando obviamente en extender su cultura general, le explicara a quién estaba escuchando. Nada más y nada menos que a Luis Miguel Gallego Basteri, El Sol de México.

Como era de esperarse, nos pedimos un Glühwein, comimos de las galletas, platicamos a gusto y, al final, regresamos las tazas.
