«¿Vas a ir a Rusia en enero? ¿Por qué? ¡Está helando!»
Esas fueron las primeras palabras de mis amigos y familia cuando les conté la noticia.
En julio del 2017, regresando de trabajar un día, recibí una llamada de mi buena amiga, Miriam. Había tenido un día largo y frustrante y en su necesidad de vacaciones, decidió comprar un boleto de avión a San Petersburgo, Rusia. Había encontrado boletos baratos, la reservación de los hoteles estaba a muy buen precio y pasaría ahí la primera semana de enero. Miriam me preguntó entonces si quería ir con ella.
Como soy una buena amiga, decidí ser solidaria con ella y acompañarla. Yo nunca había estado en Rusia e ir no estaba en mis planes a corto plazo. Especialmente en invierno. No porque no me interesara (de hecho, en el 2016 tenía pensado ir, pero mi mudanza a México complicó las cosas), pero había otros países más arriba en mi lista de lugares por visitar. Pero Miriam tenía razón, los boletos a Rusia estaban mucho más baratos que cualquier otro vuelo a cualquier otro de los países que quiero visitar. Así que compré el mío.
Dos de enero del 2018 y las dos estábamos camino a San Petersburgo. Nos habíamos levantado temprano, el transbordo era en Ámsterdam, Países Bajos, y llegaríamos alrededor de las 5pm a Rusia.
Miriam ya había estado en Rusia antes, llevaba un par de años aprendiendo ruso, traía un mapa con las instrucciones para llegar a nuestro hotel y había comprado un libro de turismo de la ciudad. Yo, apenas y había recibido mi visa a tiempo y nunca me había asomado siquiera a ver el sistema de escritura ruso. Sólo sabía que 1) en alguna parte de la ciudad había una estatua de Pushkin que quería visitar y 2) me estaba encantando el aeropuerto de Ámsterdam.

Me encantan los aeropuertos. Me encanta no sólo viajar sino recoger y dejar viajeros en el aeropuerto. Me gustan las tiendas y las decoraciones en época de Navidad. Me encanta que hay todo tipo de gente: gente elegante vestida de traje y con finos abrigos, gente a la que se le ve que no se ha bañado en más de 30 horas, gente recién bañada y en pijama, y ocasionalmente, gente tratando de pasar osos de peluche gigantes por seguridad.
A mí no me molesta esperar cuatro o cinco horas en el aeropuerto, pero en Ámsterdam apenas tuvimos tiempo para pasar por seguridad y comprar un tentempié antes de abordar el siguiente avión. Fue una lástima porque nunca había tenido la oportunidad de ver el aeropuerto, pero en otra ocasión será. En fin, como ustedes no están aquí para leer de aeropuertos, me limitaré a mostrarles una foto más:

Ya estaba oscuro cuando llegamos a San Petersburgo y nos tardamos un par de horas en llegar del aeropuerto al hotel, principalmente porque primero tuvimos que averiguar qué bus tomar, luego comprar tarjetas SIM para nuestros teléfonos (las cuales salieron muy, muy baratas), luego ver qué línea de metro tomar, qué boletos comprar y pasar por la seguridad del metro.
Un dato curioso: casi nadie trabajando ahí habla otro idioma que no sea ruso, por lo que, si tienen problemas entendiendo por qué necesitan comprar boletos extra y en dónde, pídanle a alguien joven que esté pasando por ahí que les traduzca.
Pero estuvo bien. Yo estaba de muy buen humor a pesar de tener mucha hambre, no sólo porque estaba de vacaciones en un lugar nuevo, sino porque lo primero que vi bajándome del bus fueron las decoraciones de Navidad.

Resulta que la Navidad Ortodoxa se celebra el 7 de enero, lo que significa nosotras que llegamos justo en la temporada navideña y todos sabemos que no hay temporada que me guste más. Durante la temporada navideña, toda la ciudad está cubierta de luces y decoraciones: los puentes, los árboles, los faros, los edificios. Es fantástico.

San Petersburgo es la segunda ciudad más grande de Rusia. Está localizada a la orilla de la bahía del Neva en el golfo de Finlandia y por ella pasa el río Neva. Se le considera la capital cultural de Rusia y su centro histórico y monumentos relacionados son Patrimonio de la Humanidad.
Alberga más de 200 museos, incluyendo el Museo del Hermitage, el cual es uno de los más grandes del mundo, equivalente al Louvre, en París, el Museo del Prado, en Madrid, y el Museo Británico, en Londres.

Entonces, ¿qué tanto frío hizo esa primera semana? No tanto como me lo había imaginado. Lo más frío que nos tocó fueron -7ºC, que requería de varias capas de ropa y una buena chamarra, pero no era ese frío en el que uno siente que se le va a caer la nariz.

San Petersburgo también fue la ciudad que muchos escritores, músicos, pintores y poetas llamaron hogar en algún punto, por lo que hay muchas casas, museos y obras para ver. Una semana no bastó para hacer todo, pero lo que vimos, lo disfrutamos y nos prometimos volver.
