Cada año, en los meses de noviembre y diciembre, me tomo un tiempo para reflexionar sobre mi año y para pensar en la palabra que quiero que defina mi siguiente año. Escoger una palabra para el año es una práctica que comencé hace cuatro años. Es una práctica diferente a las resoluciones de año nuevo, principalmente porque no es algo tan específico. Aunque también hago un tipo de resoluciones de año, aunque en general no son cosas nuevas, sino extensiones de algo que ya he estado haciendo (o tratando de hacer) y que requiere enfoque o disciplina, que requieren ser estructuradas de nuevo, que requieren dirección.
Escribir más, leer más, dejar de tomar café después de las cinco de la tarde, dejar de morder el cepillo de dientes, tomármela con calma cada que mi ansiedad se dispara.
Este año terminé de entender que, tal vez, lo mejor no es establecer metas como tal, sino establecer sistemas. Definir qué voy a hacer todos los días o todas las semanas para lograr algo. Quien establece metas correctamente podrá decir que eso debe ser parte de la meta, pero creo que priorizar el sistema por encima de la meta le da un enfoque diferente. Si estoy enfocada en el sistema, no tengo la misma prisa por llegar que tendría si estuviera enfocada en la meta. Esa prisa que me hace querer brincarme pasos, que me invita a hacer las cosas más rápido pero sin la técnica correcta, porque no tengo la paciencia para esperar llegar al punto que quisiera. Los sistemas cuestan, pero son más fáciles que solo nombrar metas.
Dedicarle 90 minutos cada miércoles a ese idioma que ya empecé a estudiar; despertar 5 minutos más temprano cada día o cada dos días; antes de dormir, leer un capítulo del libro que estoy leyendo.
Pero la palabra del año es diferente. Esa, más que una meta o un sistema, es un tema.
¿Qué tema quiero que tenga mi año?
Para mí, escoger una palabra es importante porque debe estar presente en todo lo que haga, aunque no sea tan notoria, aunque sea solo un aroma.
En el 2020 me propuse crecer. El 2020 tuvo muchas situaciones inesperadas y tristes, de sentimientos encontrados y desilusiones, pero también fue un año de muchas bendiciones, de gozo y de esperanza.
Algo que aprendimos todos este año, es que las cosas no siempre salen como las esperábamos.
Este año quería pasar Navidad con mi familia, a quienes no he visto desde marzo del 2019. Este junio, iban a venir a mi boda.
Esta pandemia detuvo un sinnúmero de actividades, puso en peligro a millones de personas, sus trabajos, su salud, sus planes y sus sueños.
Este año escribí muchos mensajes de pésame y lloré en el teléfono con gente que quiero y que perdió a sus seres más queridos.
A miles nos ha costado continuar lo que ya teníamos empezado o comenzar algo que estábamos esperando.
Este año tuve mucho sueño, sin importar cuántas horas dormía, cuántas siestas tomaba, siempre tenía sueño. Estoy casi segura de que pasé la mitad del verano dormida.
Pero la vida sigue. El tiempo no se detiene a esperarnos. De repente ya es diciembre.
Con todo y todo, el 2020 fue un buen año para crecer. Y aunque crecer a veces duele, estoy contenta y agradecida por el camino que he recorrido y que aún tengo que recorrer. A pesar de todo, aquí seguimos.
Teniendo ya tan cercano el 2021, estando a pocos días de cerrar este extremo y complicado 2020, he decidido que mi palabra va a ser avanza.
Avanza. En imperativo.
La palabra que escogí para el 2021 es para recordarme que, no importa si bajo la velocidad, si necesito tomar más pausas de lo normal para cuidar mi salud mental, solo tengo que seguir avanzando. Despacito, con calma, a mi ritmo, pero avanzando.
Entonces, querido lector, querida lectora, queride lectore, que este 2021 avances con lo que te has propuesto, que tengas las energías para continuar tus planes y la flexibilidad para detenerte a respirar de cuando en cuando. Que tengas salud y paciencia, que todo se dé a su tiempo. Porque la vida continúa, este año, avanza.
Feliz Navidad.