Quien pasa tiempo en Twitter sabe que Twitter es un lugar problemático.
Todas las redes tienen lados positivos y negativos y Twitter, como las demás, tiene sus ventajas. Sin embargo, es bien sabido que esta red es conocida por ser particularmente tóxica.
En algunos rincones, que a veces son demasiado grandes como para considerarse rincones, ocupados principalmente por ciertas personas a las que les gusta jactarse de que «no le tienen miedo a la cancelación», el racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia y otras actitudes desagradables son el pan de cada día. Encontrarse en el camino de ese tipo de gente puede ser muy cansado y dañino.
Pero hoy no quiero hablar de esa gente.
Hoy quiero hablar del otro lado de la balanza. Hay una tendencia de ciertas personas y grupos de sobre-reaccionar a lo que sea que alguien esté diciendo, independientemente de si amerita una reacción o no. Esto puede ser por algo que se le quiere atribuir a la persona que está tuiteando, como aquella vez que la YouTuber, Lindsay Ellis, tuiteó que Raya y el último dragón era básicamente Avatar: La leyenda de Aang, y Twitter decidió que eso solo podía significar que Ellis era racista.

Su tuit se refería específicamente al tipo de historia donde el personaje protagonista vive en un lugar donde había armonía hasta que una nación atacó a otra y, para restaurar el balance, necesita viajar de nación en nación, haciendo aliados que se unen a su lucha y al final forma una amistad con el personaje que inició como su antagonista. Pero no, el tuit fue interpretado como racista porque ambas historias se inspiraron en Asia y eso solo puede significar racismo. Lo que inició como un malentendido sobre una película de Disney terminó convirtiéndose en hilos de listas de errores y transgresiones cometidos por Ellis durante los 10 años que lleva en las redes sociales y en YouTube. Todo esto, ella lo explica mejor en su video, Mask Off, así que yo no me voy a detener ahí.
Lo interesante de este fenómeno, es que el comentario que desata el escándalo no necesita insinuar nada malo para ser sobre-interpretado. Basta un poco de imaginación para que sea tomado por gente que solo está esperando el momento para poder insultar a la persona en cuestión. Generalmente, las agresiones que surgen a partir de esto, son justificadas con algún pretexto ligado a la moralidad de la autora del tuit, aunque no haya hecho nada cuestionable. Como ese día que la autora, Roxane Gay, tuiteó que le gustaba el aeropuerto de Tokio porque estaba limpio y alguien se tomó la molestia de escribirle con sarcasmo: «Me pregunto quién lo mantiene limpio» y «Me pregunto cuánto les pagan. Me pregunto cómo viven. Buen viaje».


Como si ella, autora y profesora universitaria estadounidense, tuviera influencia alguna en los derechos laborales de la clase trabajadora en Japón.
Esto tiende a sucederle tan seguido que un tiempo después, Gay terminó tuiteando lo siguiente:

En Twitter algunas personas lo llaman «villano del día». Alguien tuitea algo por más insignificante que sea y otras personas reaccionan como si hubiese sido el insulto del siglo. Por supuesto hay excepciones, por supuesto algunas cosas ameritan respuestas intensas. Cuando alguien es ofensivo o violento, lo mínimo es que la respuesta sea rápida y que el tuit sea reportado. Sin embargo, con otros comentarios, bastaría un breve intercambio de ideas, un simple «yo no estoy de acuerdo». Comunicación medida y moderada, comunicación que invite a la reflexión y abra los ojos a otras perspectivas.
Pero Twitter no es una plataforma que facilite la comunicación medida y moderada que invite a la reflexión. En Twitter, lo de hoy es ser hostiles de la nada, respaldándonos en la acusación de que la persona ha obrado de manera supuestamente inmoral, sin reconocer el hecho de que, en realidad, la persona no nos agrada y de pasada ganar unos cuantos «likes» por haber demostrado nuestra superioridad moral. Y las oportunidades para este extraño comportamiento que solo existe en la red (porque imagínense saltar a insultar a todas las personas que se nos atraviesan en la calle por cualquier cosa) se dan todos los días.
El 30 de agosto de 2021, un tuit particularmente corto bastó para desatar un escándalo en Twitter mexicano. El drama seguía sonando dos días después y las listas de «errores» o de «acciones incongruentes» estaba a todo lo que daba. Y todo empezó con una sola palabra: Chale.
El 29 de agosto, Omar García, diputado federal y sobreviviente de la masacre de Iguala, tuiteó para celebrar su toma de protesta en la LXV Legislatura, donde él participará por primera vez. La respetada lingüista, autora y activista mixe, Yásnaya Aguilar respondió con un «Chale».

Terrible, lo sé. Chale.
Su comentario fue para expresar su tristeza porque Omar García había luchado antes fuera de la organización partidista y, en las palabras de Yásnaya, había sido una de las personas que más les había inspirado en la lucha. Yásnaya cerró su aclaración con un «cambió de opinión y se irá a inspirar otro lado y está bien.»
Pero Twitter ese día decidiría que no, no estaba bien.
Dos días más tarde y seguían lloviendo comentarios que iban desde un reproche por una supuesta falta de respeto a la decisión del diputado, hasta comentarios racistas y ofensivos. Por supuesto no faltaron los tuitstoriadores y tuitarqueólogos que se dieron a la tarea de excavar entre los más de 139 mil tuits que ha publicado Yásnaya, tratando de encontrar algún comentario que «demostrara» su imaginada hipocresía.
Como éste, criticándola por criticar al Estado cuando se atrevió a estudiar en escuelas públicas y becada.

Como todos los que la acusaban de hipócrita por haber contribuido con textos para el periódico, El País (donde contribuye regularmente), la revista, Letras Libres (donde publicó una pieza en 2013) y otros medios de comunicación privados, así como el haber colaborado con el actor, Gael García Bernal, para hacer un documental sobre ambientalismo.

Ese tipo de crítica surge todo el tiempo y yo me pregunto, ¿desde dónde podría entonces hablar alguien que critica los sistemas en los que está obligada a participar? Es la misma crítica necia de «se queja del capitalismo, pero tiene celular», pero ve películas, pero compra en el súper, pero existe. La realidad es que el objetivo de este tipo de comentarios no es apuntar a la supuesta incongruencia, sino silenciar a la persona. En este tipo de comentario, lo mejor es no perder el tiempo, ya que, además de ser tontos, son expresados de mala fe y no porque hay una preocupación moral auténtica.
Lo que más me llamó la atención del supuesto escándalo, ahora llamado «Chalegate» por quienes apoyan a Yásnaya (siguiendo la tradición de llamar a todos los escándalos -gate a partir de Watergate), fue que surgió de un comentario de lo más inocuo. Chale. La respuesta de algunos individuos que se consideran progresistas o liberales (grupos diferentes), aunque inesperada, no me sorprendió. Después de todo, así es Twitter.
Algo que tiene la izquierda en línea (o la Verdadera Izquierda™ edición online), es que siempre está muy preocupada por eso de la ilusión de la moral. Una determinada cosa, acción o aseveración no necesita ser moral, necesita parecer moral. Necesita dar la imagen o la ilusión de solidaridad o de apoyo, para ser aceptable. Y lo contrario también es verdad. Un comentario inocuo, una expresión reservada de desaprobación, de frustración o de tristeza, son suficiente prueba de que la persona no es quien dice ser. El cúmulo de su trabajo no tiene tanto peso como lo que acaba de publicar. Ese «chale» de Yásnaya es suficiente prueba de su hipocresía y su incongruencia, porque está dispuesta a criticar a sus iguales cuando embarcan en un camino diferente al suyo, pero bien que trabaja para el enemigo, para la ultraderecha.
¿Para cuál ultraderecha? No sabemos, porque en realidad nunca ha trabajado para nadie de ultraderecha y lleva toda su vida luchando por una causa justa, pero ese no es el punto. El punto es que para la Verdadera Izquierda™ edición online, es suficiente que Yásnaya no se presente o se comporte exactamente como otras personas esperan que lo haga. Algo similar sucedió el mes pasado con el streamer de Twitch y comentarista político socialista, Hasan Piker.
Lo más absurdo de este tipo de «escándalos» es que, del otro lado, la verdadera ultraderecha anda todos los días en Twitter publicando comentarios violentos y discriminatorios, y tratando de legislar sobre los cuerpos de la gente, y las izquierdas online están más ocupadas vigilándose, controlándose y discutiendo entre ellas. El PAN está aliándose con Vox, pero el verdadero problema es que Yásnaya dijo chale y a veces escribe para El País.
Cada que esto sucede, yo me pregunto por qué. ¿Qué es lo que lleva a la gente a reaccionar de esa forma y a hacer escándalos de conflictos absurdos?
Yo estoy de acuerdo con Lindsay Ellis en su aseveración durante una entrevista con The Financial Diet de que la gente ya no sabe disentir sin sentir la necesidad de justificarse en algún asunto de justicia social o moralidad. Ellis, hablando de su reciente mala experiencia en la red, comentó que la gente ha «perdido la habilidad de decir ‘esto no es para mí’» y yo creo que tiene razón. Entre los miles de tuits que le llovieron, había una cantidad alarmente de gente diciendo que ya solo esperaba a que otra persona de YouTube tuiteara algo inoportuno para que «fuera su turno». Creo que en temas de justicia social, las redes han sido una espada de dos filos, por un lado es más sencillo hacerse escuchar y hablar contra los sistemas de opresión. Por otro lado, se ha creado un ambiente hostil donde todas las personas necesitan estar cuidando mantener esa imagen perfecta de moralidad, y yo creo que es precisamente por la presión de mantener la imagen que la gente tiende a atacar a otros usuarios: necesitan demostrar, no solo que son personas morales, sino que son moralmente superiores.
Algo interesante que leí el otro día en un estudio publicado en el American Political Science Review, The Psychology of Online Political Hostility: A Comprehensive, Cross-National Test of the Mismatch Hypothesis, escrito por Alexander Bor y Michael Bang Petersen. Según Bor y Petersen, el discurso político en las redes es percibido como más hostil, no porque haya más personas hostiles, sino porque los ataques en línea son más visibles. La gente que realmente está dispuesta a entablar una conversación y a intercambiar ideas no se alborota en la redes lo suficiente como para buscar el historial de errores de las personas, ni se pone a insultar a diestra y a siniestra. Bor y Petersen concluyen que la gente que busca alcanzar un cierto estatus a través de la hostilidad es más visible en las redes. Y esto es porque Twitter está funcionando de manera correcta, ya que lo que pega en Twitter son los likes y los clics, y la gente aprovecha estas situaciones para generar reacciones y recibir likes. Cada reacción y cada like hace al tuit más visible, lo muestra a más personas y le da más alcance, en otras palabras, genera «engagement», interacciones con la página o la marca y que hacen que a la persona usuaria regrese una y otra vez. Es decir, este tipo de ataques en masa y de interacciones hostiles representan un beneficio para las empresas.
Todo esto provoca que, las empresas no tengan incentivos para fomentar un ambiente armonioso y seguro para quienes usan sus plataformas (hablando de todo: acoso, desinformación, pornografía infantil, etc.) y que la responsabilidad de desarrollar estrategias de manejo y respuesta en las redes muchas veces recaen en quienes las usan.
Y quienes las usan muchas veces están más preocupadas por un chale o por el historial de errores de aquellas personas que podrían ser sus aliadas que por lo que realmente está pasando fuera de la pantalla.
Chale.