Hace unos días escribí este post rápidamente y bastante molesta. Ya pasaron unos días y pensé que sería bueno agregar algunos pensamientos al post original. El sentimiento es el mismo, pero tiene algunas adiciones.
Estaba muy tranquila, disfrutando mi café y leyendo sin leer Twitter, cuando vi que Proceso compartió la siguiente nota con el texto: “Una mujer fue acosada, manoseada y golpeada por decenas de indígenas en la plaza principal de San Juan Chamula, en Chiapas, durante los festejos por el Carnaval.”

Abrí el artículo y el resumen bajo el título decía algo similar.

Tanto el tuit como el resumen dicen que una mujer fue acosada por “decenas de indígenas” y el pie de la imagen decía “los indígenas acosaron a la mujer”, y yo comencé a hacer corajes. No por nada nuevo, estas cosas pasan todo el tiempo, pero con todo lo que está sucediendo, algunas veces me resulta particularmente molesto ver que es pleno 2022 y las cosas no cambian.

En el mundo moderno y globalizado en el que vivimos actualmente, nuestro nivel de contacto e interacción con los medios de comunicación es tan alto como nunca antes habíamos tenido. Todo el tiempo estamos expuestos a la televisión, la radio, las revistas, los libros, los espectaculares y carteles en las calles, y basta sacar el smartphone para tener acceso al internet en segundos. La tecnología ha avanzado tanto que muchas veces pareciera que nos va arrastrando detrás de ella.
La constante exposición a todos estos medios significa que estamos constantemente expuestos a los mensajes que presentan y es fundamental que aprendamos a evaluarlos y analizarlos de forma crítica. Es importante recordar que el pensamiento crítico no es «criticar todo», sino evaluar la información que nos está siendo presentada, tomando en cuenta de dónde viene, cuál es su propósito, reconociendo sus sesgos y evaluando sus argumentos para tener una mayor comprensión de lo que se nos está diciendo.
La noticia es que un grupo de hombres agredió sexualmente a una mujer y fue tanta la violencia que ella tuvo que correr a una oficina de gobierno. Lo que hay que dejar claro, es que lo que le sucedió a la mujer es inaceptable. Este tipo de actos debe ser condenado y espero que la víctima esté siendo protegida y recibiendo la atención necesaria para recuperarse. Espero que se haga justicia y que haya consecuencias para los perpetradores.
El problema que le vi a esta noticia, independientemente de lo que está reportando, es la forma en la que decidió reportarlo y las palabras que escogieron el autor y editores. Por ejemplo, la inclusión de la palabra «indígenas». ¿Por qué sienten la necesidad de decir que son “indígenas” los atacantes?
Normalmente, no vemos que lo hagan con mestizos o blancos cuando hombres pertenecientes a esas categorías violentan a una mujer. Y ya sabemos que la violencia de género no es exclusiva de ningún grupo. Los hombres blancos o los hombres mestizos pueden ser tan violentos como cualquier otro grupo de hombres. Por ejemplo, la violencia de género es extremadamente común entre los supremacistas blancos, pero cuando sale a la luz un caso, nadie dice «hombres blancos violentan a mujer». En general sólo se limitan a decir hombres, si no es que el texto está en voz pasiva y dice «mujer violentada por multitud», quitándole el enfoque a los perpetradores. Sin embargo, esta nota dice decenas de indígenas. Al tratarse de un grupo racializado, la noticia elige resaltar su origen étnico, como si fuera algo ligado al crimen.

Al crear un mensaje, no sólo importa contar lo sucedido. Importa cómo lo contamos, qué palabras usamos, qué decimos de forma explícita y qué dejamos fuera.
En la nota de proceso, dejaron fuera que la mujer también es indígena.

No es sino hasta el tercer párrafo que el artículo explica que la mujer atacada también es indígena. Volvemos a lo mismo, ni para los atacantes ni para la mujer es necesario aclarar que son indígenas, ya que la indigeneidad no lo hace a uno más propenso a la violencia. Sin embargo, el hecho de que los atacantes son indígenas ya fue mencionado tres veces, incluso desde antes de siquiera abrir el artículo, mientras que el origen étnico de la víctima está a la mitad del artículo y para saberlo, se necesita hacer clic en el link de Twitter y leer al menos los primeros tres párrafos. El alcance no es el mismo.
El asunto de vivir en una sociedad dominada por un grupo específico es que el cuerpo considerado «la norma» no necesita aclaración. Si alguien no especifica que un hombre blanco (o mestizo) atacó a una mujer, es porque sabe que la gente va a llenar ese espacio con su idea de un típico hombre. La sociedad sabe de qué están hablando.
Al escoger «aclarar» que los atacantes son indígenas, pero omitir que la mujer también lo es, ¿Qué imagen crean en quienes leen el tuit? ¿Qué cuerpo imaginan quienes no hacen clic en el artículo? ¿Qué prejuicios o sesgos están «confirmando»?
Con esta decisión, tanto el autor como el editor están ligando el concepto de indígena al concepto de atacante pero no al de víctima y, de pasada, están también explotando ideas sobre la masculinidad racializada, ya que el racismo se ha justificado, en parte, gracias a la propagación de ideas de que los “hombres oscuros” son violentos por naturaleza.
Este tipo de textos racistas explotan prejuicios que ya existen en la sociedad predominantemente mestiza para perpetuar una imagen del “indígena salvaje” que “violenta a nuestras mujeres”, aunque la mujer, al ser indígena, probablemente vive las mismas condiciones de marginación que viven pueblos originarios en el país y, en este caso, en Chiapas. Pero eso no importa ahorita, lo importante en el texto es crear esta imagen y así obtener clics y reacciones, sin tomar en cuenta (en el mejor de los casos) que su discurso está contribuyendo a la legitimización de la violencia con la que el Estado trata a los pueblos originarios. Total, son «salvajes», «violentos» y «golpeadores de mujeres».
Y la efectividad de este mensaje se ve en las respuestas en Twitter, ya que son bastantes las personas respondiendo que son “salvajes”, “por eso están como están” y que quienes critican el racismo de la nota, lo hacen porque “no han estado rodeados de esa gente”.




En fin, es una vergüenza que revistas de análisis político como Proceso todavía permitan ese tipo de racismo en sus artículos.
Especialmente quienes trabajan en los medios de comunicación, pero también la población en general, es importante que aprendamos a no repetir discursos violentos a la hora de condenar violencia de otro tipo. En este caso, es importantísimo condenar la violencia de género y solidarizarnos con la mujer que sobrevivió el ataque, pero no podemos repetir discursos racistas y perpetuar estereotipos dañinos sobre los pueblos originarios. El sexismo y el racismo son dos sistemas que van de la mano y sólo cuestionando y desmantelando a ambos es que vamos a alcanzar una verdadera liberación.